domingo, 22 de enero de 2012

Sobre las mayorías y el conocimiento interior


"La única realidad es la que nosotros tenemos, y si los hombres viven tan irrealmente es porque aceptan como realidad las imágenes exteriores y ahogan en sí la voz de su mundo interior. También se puede ser feliz así ; pero cuando se llega a saber lo otro, se hace ya imposible seguir el camino de la mayoría. El camino de los más es fácil; tan fácil como penoso el nuestro. Caminemos"

Demian (1949) - Herman Hesse

martes, 3 de enero de 2012

Expedición a la Casa Bulnes



Muchos dicen que, a veces, la realidad supera la ficción. La historia que voy a narrarles es un fiel reflejo de dicha frase. Nací en una clínica en algún rincón perdido de la Ciudad de Buenos Aires. Una madrugada de verano, de esas tan densas que la respiración se dificulta, la vista se nubla y las gargantas se secan. En fin, el hecho es irrelevante. La cosa es que a los 5 años nos mudamos con mis papás a un departamento de El Palomar, en el oeste del conurbano. Allí me críe, pasé mi infancia y mi adolescencia, viví, me formé, percibí olores, sabores y todo tipo de sentimientos. Aventuras inimaginables, epopeyas heroicas y demás travesías. De aquella época en aquel suburbio, proviene un episodio que nunca borraré de mis retinas. Lo llamamos con los pibes del barrio: La expedición a la Casa Bulnes.

Con mis amiguitos de aquel entonces siempre nos intrigó esa casa y sobretodo, no parábamos de imaginar historias fantásticas y misteriosas sucediendo allí dentro. Todas alimentadas por los cuentos de terror que nos contaban los hermanos más grandes de los pibes de la barra para asustarnos. Mucho después comprendí que era puro cuento. Que allá se realizaban experimentos macabros, extrayendo trozos de cerebro a humanos inocentes. Cruzas entre razas de perros y gatos. Clonaciones de distintas especies. Canibalismo. Inmensas colecciones de huesos. Tumbas profanadas. Todo esto forjó alrededor de esa insulsa casa, ubicada en Bulnes y Dinamarca, una atmósfera aterradora.

Por supuesto no todo fue pura ficción de los grandulones. También existía una cierta cuota verídica, exagerada pero real al fin, que acrecentaba nuestros miedos. Se trataba de los dueños de la casa. El sr. y la sra. Garrone.

El hombre, Ramón Garrone, lánguido como un limón viejo, de rostro curtido y áspero, como la más erosionada roca, mirada firme y soslayante, y unos cuantos cabellos en la testa, que podían ser contados con los dedos de una mano. Siempre que se nos caía una pelota para el patio de su casa, nos la devolvía pinchada y vociferando:

Pendejos de mierda!! Si me vuelven a tirar la pelota al patio los descogoto uno por uno ¡!

Siempre nos impresionó su sutileza. Por supuesto estos episodios fueron atemorizándonos cada vez más.

Por otro lado, los más grandes sustos nos los pegábamos con la vieja, la señora de Garrone. Esta mujer era algo mayor que su concubino, de cabellos grisáceos y expresión pálida, avejentada. Sus ojos eran hogueras que irradiaban una ira inconmensurable. Por supuesto que jamás nos habría lastimado, ya que era una inofensiva viejita, pero al verla, ya la visualizábamos como la guardiana de los más profundos infiernos.

La vieja nos daba pánico. Cuenta la leyenda que una tarde, uno de los pibes, Martín, se le cruzó volviendo del colegio en la esquina de su casa. Nos contó que estaba tirando en el basurero de su cuadra una bolsa de consorcio gigante que se movía. Cuando la vio se quedó atónito. Nos dijo que estaba seguro que ahí adentro estaba Rama, un pibe que vivía cerca de su casa y que, de un día para el otro, se mudó misteriosamente.

Retomando el episodio de la casa y la expedición, fue en una de nuestras tantas reuniones nocturnas de los sábados, a escondidas de nuestros padres, que se nos empezó a ocurrir la idea de armarnos de valor y comprobar que pasaba dentro de la casa de los Garrone.




-Estás loco. Me dijo Martín al escuchar la propuesta.

-Esos viejos están locos, nos van a hacer a la parrilla Pablito.

-Ya sé que te dan miedo Martín, a mí también. Admití. –Pero si no lo hacemos, nunca vamos a saber si todo lo que nos contaron es verdad. Y además, ¡Vamos a pasar a la historia! Seríamos los más valientes del barrio!

El resto de la juntada me terminó dando la razón, a pesar de que se seguía comentando por lo bajo que el primo del primo de Felipe les había contado que los Garrone tenían una cárcel de nenes en el sótano. Finalmente, haciendo caso omiso a las alteraciones de turno y a los miedos de Martín, le pusimos fecha a nuestra misión. El lunes, a la hora de la siesta, aprovechando que los Garrone la cumplían a rajatabla, treparíamos la enorme reja, atravesaríamos el patio y nos adentraríamos a la misteriosa casa. Nuestro día D había quedado sentado. Juntamos nuestras manos y juramos el más absoluto secreto. Nadie debería enterarse de nuestra expedición.

Al llegar el día, yo, Martín, y el resto de la barra, nos reunimos en la esquina de la Casa Bulnes, como la habíamos bautizado, para terminar de deliberar nuestro atraco. El plan de operaciones era simple: Javi y Eloy, que eran los más altos y fornidos, nos ayudarían a Martín y a mí a trepar la reja primero. Luego ellos ingresarían. Atravesaríamos el patio y allí comenzaríamos con nuestra exploración casi antropológica. Con eso daríamos por satisfecha nuestra peligrosa visita a lo de los Garrone.

El primer paso salió de maravilla. Los grandulones nos ayudaron a subir la reja haciéndonos piecito y pudimos darnos maña para ingresar. En ese instante, se nos atravesó el primer obstáculo. No contábamos con que en el patio, que no habíamos observado con la debida atención producto del miedo, se había convertido en la misma selva amazónica. A nuestros inocentes ojos de niños veíamos inmensas formaciones fe follaje, robustos robles con ramas entrecruzadas cual laberintos, lianas colgantes atravesando todo el paisaje.

-Ok, dije en voz alta tomando el liderazgo del grupo. – Avancemos, nosotros vamos a poder.

Nos adentramos en aquella jungla a machetazo limpio, como exploradores salidos de un documental de National Geographic. El camino se hacía interminable. Más y más lianas se nos aparecían en nuestras narices, como custodiando el tesoro más inquebrantable. Juro que, en aquel entonces, vi distintas especies de monos saltando de rama en rama, todo tipo de insectos que intentaban trepar por nuestras piernas y debíamos ahuyentar, pájaros que en mi vida había visto revoloteando juguetones en la espesura de aquella región selvática. En el momento que vi una serpiente enroscada a una rama, observándome amenazante y bamboleando su lengua bífida como advirtiendo de la peor de las tragedias, sacudí un poco mi cabeza incrédulo, y distinguí a Javi, con su pierna enredada con una manguera verde, esas que te ofrecen por la televisión. Lo ayudé a salirse de su trampa y continuamos los cuatro, bien amontonados como pichones en el nido.
Atravesamos lo que para mí fueron kilómetros y nos topamos con nuestro obstáculo número dos. Algo que nos era desconocido y evaporó nuestro aliento: conocimos a la mascota de los Garrone. Era un ser inmenso y amorfo, con cuerpo de elefante, pero con piel oscura y cobriza, con una cabeza enorme como la de un oso y unas enormes y terroríficas fauces, que nos recordaban a las mandíbulas de un tiburón. Una pequeña placa de metal, que apenas se percibía por su grueso cogote, nos introducía su nombre: Sado.

En un principio los cuatro nos quedamos paralizados, mientras veíamos como el Sado nos rugía de manera desaforada. Nos miramos el uno al otro y percibí, en las miradas de todos, que ese sería el fin. Sado lanzó un aullido hacia la eternidad de la tarde, y cuando estaba a punto de abalanzarse para despedazarnos los huesos, Martín, en un acto de valentía insólita, logró calmar a la fiera. Arrojó hacia el fondo del monte selvático, indivisible, una pelotita de tenis que siempre llevaba en so bolsillo por si surgía algún picadito de último momento. La bestia al observar su vuelo salió a toda velocidad rumbo a su encuentro y su enorme figura se disolvió en la espesura selvática.

Solucionado el segundo obstáculo avanzamos un par de metros y , atónitos, nos maravillamos ante lo que habíamos encontrado. Todas nuestras dudas y travesías se justificaban ante semejante hallazgo. Era el arca perdida de Indiana Jones, el unicornio azul de Silvio, la esfera de cuatro estrellas de Gokú, el oro de los Nazis. Nos habíamos topado con el único, el verdadero tesoro Garrone.

Una inmensa estructura metálica negra se alzaba ante nuestras narices. En su interior, cenizas, cenizas y huesos con nervios y fibras musculares adheridas a su superficie.

-Yo sabía, estaba seguro de que algo se mandaban estos viejos! Grité. Estos huesos deben ser humanos, estoy seguro!

Nadie podía creer lo que estaba viendo. En medio de su jungla, los Garrone se dedicaban a incendiar hombres, mujeres o quizás niños. Cada uno de nosotros tomó uno de los huesos y salimos corriendo de allí, con una mezcla de espanto y emoción por el enorme descubrimiento que habíamos hecho y por nuestra heroica aventura.

Ya pasaron treinta años de aquel día, y hoy por hoy, ya convertido en adulto e intentando evitar todo lo trágico que esto conlleva, aún recuerdo el episodio de la Casa Bulnes como si hubiese sido ayer. Jamás voy a olvidar el enorme coraje que tuvimos y lo macabro de nuestro descubrimiento. Sí, porque aún hoy me parece macabro, a pesar de que al otro día del hecho, al mostrarle indignadísimo a mi papá la pieza arqueológica que descubrimos en el patio de los Garrone, el viejo me dijo:

-¡Pero boludo! ¿De dónde te pensás que viene el olor a asado de todos los domingos?







*Fotos: "Stand By Me" - 1986 - Rob Reiner - Stephen King

jueves, 29 de diciembre de 2011

Satisfacción Garantizada



La decisión ya estaba tomada desde tiempos inmemoriales. Quizás desde dentro del vientre materno. Su angustia crónica y su desdicha eran signos recurrentes de que las puertas hacia la tragedia estaban abiertas de par en par. Nunca quise nacer, por qué carajo vine al mundo si jamás disfruto la vida! Esa idea se repetía en la mente de Mauricio todo el tiempo. Siempre estuvo convencido de que su existencia no tenía sentido. Podría borrarse del mapa cuando quisiera que nadie lo notaría. ¿Quién me extrañaría? Nadie, pensaba. Por todo esto fue que, aquella tarde de octubre cuando el sol calcinaba la terraza de su edificio, envalentonado se propuso acabar con todo su sufrimiento.
Desde allí se percibía el más absoluto vértigo. 17 pisos, como vaticinando la desgracia, componían aquel vástago de concreto ubicado en Nicolas Reppeto y Rivadavia. Los incesantes sonidos de los autos tan habituales, a aquella altura eran casi imperceptibles. Mauricio, seguro hasta los huesos, se acercó hasta la cornisa. Ráfagas de viento intermitentes teñían la escena de un crudo suspenso casi haciéndolo tambalear. Levantó la mirada hacia las nubes, y sintiéndose uno con el cielo infinito se percibió feliz, satisfecho con lo que estaba por hacer. Se despidió de sí mismo, la única entidad de la que podía despedirse, cerró los ojos y cuando estaba a punto de flexionar las rodillas y dar el salto hacia la eternidad, algo lo detuvo. Su celular, que nunca entendió bien para que lo había comprado pero que alguna fuerza superior lo había impulsado a tener uno, comenzó a sonar. En un principio, su sonido histriónico e irritante lo alteró, tanto que casi lo revienta contra el piso de cemento, pero luego, comenzó a pensar quién sería el que lo estaba llamando, si desde que se lo compro, solo lo habían llamado una vez confundiéndolo con un radio taxi. No importa, ya no hay tiempo, pensó. Pero luego, preso de una curiosidad insólita, se decidió a atender la llamada sin siquiera fijarse cual era el número entrante. Hola, dijo Mauricio seco y tajante. Desde el otro lado, una voz automática y casi robótica retrucó el saludo.

-Hola, buenas tardes, mi nombre es Marco, me comunico de Servicios de Atención y Extensión a los y las clientes de Telecomu, ¿Con quién tengo el gusto?

Mauricio estaba a punto de batir records olímpicos de lanzamiento arrojando su celular a cielo abierto cuando de pronto, vaya a saber uno por qué, contestó tímidamente, como un acto reflejo de su soledad absoluta reclamando una voz humana:

-Mauricio.

-Que tal Mauricio mire, le comento, estamos ofreciendo un paquete de beneficios múltiples y variados para su línea a un muy bajo precio, esto sería, llamadas gratis a todo el mundo, 15000 mensajes de texto gratis por un día, 8 números free, servicio de internet, GPS, póker online, biblioteca virtual, películas y música a descargar de forma gratuita y aumentar su abono al doble por solo $150 por mes, ¿Le interesa?

El cerebro de Mauricio dio varias vueltas sobre si mismo como un bolillero, y sus neuronas como las bolillas chocaron entre si mientras Marco, firme candidato al empleado del mes, desplegó su parla. De pronto, las palabras comenzaron a salir de su boca con lentitud.

-Eh, no mire, le agradezco pero no me interesa. En su interior cayó en la cuenta de que este energúmeno estaba entrometiéndose en la liberación de sus penas y comenzó al alterarse.

-Pero no, escuche Mauricio, podemos ofrecerle aún más facilidades, mire, por la mitad del precio que le ofrecimos, es decir $75, podemos darle 12, si, 12 números free para que llame y mande mensajes gratis a todos sus amigos! ¿Le interesaría en este caso?

Mauricio ya creía que le estaban jugando una pesada broma. Él no tenía ni un amigo al que llamar, ni siquiera un compañero de trabajo con quién juntarse a comer, ni nada que se le parezca.

-Discúlpeme señor Marco, pero en este momento no me interesa eso ni nada que usted pueda ofrecerme. Le agradezco su interés pero ya voy a cortar.

-No no, pero de ninguna manera Mauricio por favor. Mire, en Telecomu contamos con promociones para todo tipo de clientes. Vamos a hallar una que lo beneficie y lo llene de dicha y satisfacción. Mire que le parece lo siguiente: Le ofrezco un plan especial en donde, con lo mismo que usted abona hoy en día tendrá los mismos beneficios que le nombre anteriormente, más video llamadas a todo el mundo gratis! ¿Qué opina? Podrá verse y charlar con todas las personas que usted quiera y en cualquier parte ¡

Mauricio, cada vez más alterado y con la mirada fija en las nubes se enfureció aún más. Esto ya había sido el límite. ¿Si no tenía ninguna persona con la que hablar en el país, como iba a hablar con alguien en otra parte del mundo? Ya harto y rebosante de ira, casi relamiéndose con su caída e imaginándose en su mente su épico final, estalló contra el vendedor.

-¡¡¡Mire, escúcheme bien Marco, traté de ser amable hasta ahora pero ya no puedo más!!! ¡¡¡Usted me sacó totalmente!!! ¿Pero que me esta cargando? Usted ni me conoce. ¡¡¡Mire, yo no tengo amigos, no tengo familia, estoy solo, vivo solo y estaba a punto de morir solo tirándome de la terraza de mi edificio cuando usted con una sarta de pelotudeces me interrumpió para venderme mensajes gratis!!! ¿A usted le parece con la vida de mierda que tengo yo que voy a conocer personas para llamarlas o mandarles mensajes?

-Mauricio, pero hubiera usted empezado por ahí. Si yo le dije que en Telecomu garantizamos la satisfacción a todos nuestros clientes. Tengo un plan que le incluye: 20 amigos fijos, 15 hombres y 5 mujeres, con visitas, salidas y vacaciones. Una pareja, del sexo que usted elija, fiel y compañera con minutos libres y una familia, padre, madre y dos hermanos, 1000 minutos por mes, con cenas, meriendas e incluye días de fiesta. Eso sí, el precio, lo tendríamos que discutir en privado.
 
 
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